Blog,  Mis experiencias

6 de septiembre

Mientras paseaba entre los estantes del local, pensaba en cómo había llegado a esa situación. Siempre me consideré bastante imaginativa en la cama, con ganas de experimentar nuevas sensaciones y de ir probando nuevas ideas. Pocas veces me ha parecido algo demasiado raro y creo que nunca he juzgado nada. Sin embargo, es cierto que había una gran diferencia entre pedirle a mi novio que me atase a la cama y lo que estaba a punto de hacer.

Miré más de cerca uno de los juguetes expuestos en las vitrinas.”King Cock” de 10 pulgadas de grosor; no estaba mal, aunque un poco corto para lo que a mí me gusta. “Double Lover”; interesante, pero precisamente hoy, innecesario. Un “But Plug” que simulaba ser la cola de un conejo; quizás para la próxima vez. Continué mirando distraídamente el resto de productos mientras seguía perdida entre mis pensamientos. Lo cierto es que yo ya tenía encargados mis productos y sólo estaba esperándole a él para recogerlos.

Había pasado bastante tiempo meditando si debía intentarlo o no. Por un lado estaba mi curiosidad natural, mis ganas de intentarlo. Por otro, admito que me daba algo de vergüenza; también algo de miedo, pues tampoco sabía muy bien quien podría responder al anuncio. Sin embargo, el mundo es de las valientes y sabía que, cuanto más esperase, más me iba a arrepentir.

No me costó mucho encontrar el anuncio de alguien que buscaba lo mismo que yo. Luis, de mediana edad y con cierta experiencia en el tema. La verdad que es un placer quedar con gente tan entregada como este hombre. Desde el primer momento pude ver que iba enserio y que todo fluía. 

Esa primera semana no podíamos vernos porque él estaba de viaje de trabajo en Noruega, así que pospusimos nuestro encuentro con la promesa de realizar una sesión en cuanto él tocase España. Además, hizo un pedido online a un sex shop con todo lo que íbamos a necesitar: unas bolas chinas, un dildo, una jeringuilla para lubricantes y mucho, mucho lubricante anal.

Empecé a impacientarme.

Es cierto que sólo llevaba un par de minutos vagabundeando entre las estanterías, pero no me gustaba que me hiciesen esperar. Tenía claro que iba a empezar castigándolo en cuanto cruzase la puerta.

Oh ¿se me había olvidado comentarlo? En esta sesión, yo iba a ser la que tuviese el mando y Luis quien se pusiese a cuatro patas.

No me costó mucho reconocerlo. En cuanto se acercó al mostrador para recoger el pedido, me aseguré de encender el plug que ya debía llevar puesto según habíamos acordado. La verdad es que el simple hecho de poder hacer que brincase pulsando la pantalla de mi móvil me hacía sentir poderosa. Sabía que hacía varios días que no se daba placer y aún más que no introducía nada en su recto. Se le notaba algo nervioso y me pareció que su voz temblaba ligeramente. Me fijé en la dependienta, que esbozaba una pequeña sonrisa, como si supiese lo que estaba pasando.

Relajé el aparato y me acerqué a él. Aún quedaba mucha tarde para divertirnos.

Me acompañó al Intimissimi, donde me probé dos picardías e incluso le deje ver cómo me quedaban. Quería comprobar cómo era su gusto, conocerlo un poco mejor. Finalmente me decidí por el de seda negro, precioso, con encaje de flores blancas en los bordes. 

Nos acercamos a un hotel por horas, de estos que te aseguran confidencialidad. Donde entras por el parking y nadie te ve, te tapan la matrícula y muy educadamente te acompañan al ascensor. Para abandonar la habitación, nos dicen, hay que llamar al número 9. 

Una mirada a la habitación me basta para confirmar que, aunque no estamos en una suite de cinco estrellas, cumplirá de sobra con lo que necesitamos. Una cama doble frente a un espejo de buen tamaño, una butaca en una esquina y un baño propio con bañera. En el extremo opuesto hay una ventana con una gruesa cortina a prueba de miradas indiscretas. Nos lo vamos a pasar muy bien.

Lo primero que hicimos es dejar los juguetes encima de la cama. No pude evitar sentirme como una niña sentada frente al árbol de navidad al ver todas esas herramientas de placer juntas. Al ver tantas posibilidades sobre aquella cama no pude reprimir un cosquilleo en mi entrepierna. Llevaba ya un rato aguantándome las ganas de orinar y aquello me dio una idea.

Le obligué a desnudarse y lo tumbé en la bañera. Apoyé mis pies en los bordes. Había venido arreglada con una falda corta y una camiseta de tirantes. Bastante cómoda, en realidad, aunque no sabía si eso encajaba mucho con la imagen que una domina tenía que transmitir. Sin embargo, para aquel momento era perfecto. Desplacé mis braguitas con dos dedos, ligeramente temblorosa, y evacué encima.

Nunca antes le había hecho una lluvia dorada a nadie, pero me hizo sentir superior. Si en el sex shop me había sentido poderosa, ahora me sentía como una diosa. Marcar a un hombre como si fuese de mi propiedad, a alguien que siente tan poco valor por su persona, con tan poca autoestima, no hizo más que alimentar mi ego. Empecé a sentirme cómoda con mi papel de ama. Sonreí.

Me limpié con un poco de papel y recompuse mi ropa en lo que él se daba una ducha. No iba a permitir un perro sucio a mi lado.

De vuelta a la habitación, intenté ponerle el collar de perro, pero al estar tan gordo no le cabía. Chasqué la lengua con impaciencia. Si yo cuido mi alimentación e intento tener un estilo de vida sano, mis perros también deben tener buena higiene y salud. Iba a enseñarle lo que significa cuidarse. Me acercó unas algas nori que tenía preparadas como snack. Le pedí que me quitase los zapatos y que me diese un masaje en los pies con el aceite de almendras. Aquello era la gloria y me reafirmé como la diosa que era.

Pero no me olvidaba de que habíamos venido a probar ese culito respingón.

Agarré mi arnés, una estaca rosa de veinte centímetros que imitaba bastante bien la forma de miembro masculino. Me coloqué mis guantes de nitrilo, recreándome en las sensaciones que aquello me provocaba. El roce de los guantes en mi piel, el grosor del dildo, mi perro a cuatro patas sobre la cama…

Me coloqué entre sus piernas y apunté hacia su recto. Pensaba que costaría más abrir ese culito, pero al parecer, el plug ya había hecho su función y estaba bien dilatado. Entró hasta el fondo sin problemas. Él gimió. Agarré sus nalgas con fuerza, alejando mi cadera lentamente. Volví a clavarla con fuerza de una estocada. Gimoteó nuevamente y yo, sonreí. Empecé un movimiento lento, pero firme. Le hice pagar a aquel perro por todas y cada una de aquellas veces que me había sentido usada por un hombre.

Por aquella vez en la que no me corrí. Por aquella en la que no se le había levantado. Por aquel que prometía ser un león en la cama, pero su pellejo no valía ni para decorar el baño. Bombeé por todos aquellos perros que merecían ser castigados. Una. Y otra. Y otra vez. Seguí bombeando entre los gemidos de mi esclavo sin piedad, con decisión.

Me permití disfrutar unos minutos más de aquello, pero me recordé que aún quedaba mucho por hacer.

Decidí cambiar a las bolas chinas. Mi perro se estaba portando bastante bien y decidí que era hora de darle un premio. Con lo dilatado que llevaba su ano, confiaba en que aquello le diese aún más placer. Es cierto que soy su ama, pero ¿acaso no puedo darle algún premio a mi perro por ser un buen chico?

Empecé a introducírselas despacio, disfrutando de las sensaciones que me producía. Hacía ya rato que estaba metida en mi papel, y la verdad es que me sentaba bastante bien. Por cada bola en su recto, mi perro soltaba un aullido lastimero. Conseguí meterle hasta tres, momento en el que estoy segura que alcancé su próstata. Él se derretía. Sus aullidos ya eran auténticos gemidos de placer que se hacían eco entre las paredes de la habitación y auguraban un pronto y explosivo final. Le di una cachetada y paré. Él me lo agradeció.

Curiosamente, pude entender a la perfección que me lo agradeciese. No son pocas veces en las que durante mis relaciones sexuales de pareja, cuando estoy cerca de correrme es tanto el placer que siento que necesito parar. Es como una explosión de placer que colma todos los rincones de mi cuerpo, dejándome en tensión primero y derritiéndome después.

Tras varios intentos de orgasmos fallidos,  pasamos al bote de desodorante. La verdad es que nunca me había parado a pensar cómo de grueso era el envase hasta que estuvo frente a su ano. El perro parecía preocupado por acabar la noche en urgencias, así que para acallar sus gimoteos le coloqué un preservativo. En realidad, yo también me preguntaba si acabaría sobre una camilla con unas pinzas tirando del bote. Aquello me hizo sonreír.

Coloqué a mi mascota boca arriba, con las piernas en alto, como si de un perro grande y fofo se tratase. Estuve un rato dándole con el desodorante y torturándole con la idea de dejárselo metido dentro. Aunque en cierto modo la idea me excitaba sobre manera, decidí portarme bien.

Volví a colocarlo a cuatro patas para poder darle más fuerte. El espejo que había en la habitación llamó mi atención, así que decidí ponerle frente a él. No puedo negar que me siento súper sexy y poderosa al tener a un hombre grande arrodillado ante mí. Sin duda, eso confirma la teoría de que la fuerza no está para nada en el cuerpo, si no en la mente. Si no ¿como una chica que apenas pasa los cincuenta kilos va a poder dominar a un hombre que la dobla el tamaño? ¿Cómo puede domar a un toro que tiene lo mismo de cuello que ella cintura?

Le mandé cambiar de posición, de rodillas frente a mí, en el suelo, mientras me sentaba en la butaca. Nuevamente con el vibrador dentro de su recto le ordené que se diese placer. Disfruté de tenerlo a mi antojo, subiendo o bajando la intensidad de la vibración a mi voluntad, sabiendo que sólo podría correrse si yo se lo permitía.

Finalmente permití que se corriese, aunque para mi disgusto, no eyaculó tanto como cabía esperar tras una semana de celibato. Sin duda tendríamos que trabajar su dieta.

Marché a la ducha mientras el perro recogía la habitación. Adoro ese momento, el poder sentir el agua caliente recorriendo mi cuerpo después de una sesión es maravilloso, dejándome tan relajada que casi podría olvidar donde estoy. 

Finalmente dejamos la habitación para ir a cenar noodles. Luis conoce un local cerca de donde estamos, y, aunque una noche de principios de septiembre en Barcelona promete un calor horrible, la verdad es que me parece un buen final para una buena sesión. De locos ¿verdad?

Un comentario

  • Uninvited Guest

    Grandísimo relato de una experiencia, Lady Sadira.

    Debo confesar que, aunque ha pasado tiempo, me veo totalmente identificado bajo la imagen de ese tal «Luis». Su capacidad para describir y relatar la situación, y especialmente sus sensaciones, hace que se me erice el vello tanto por recordar aquellos momentos como por conocer los detalles de su punto de vista del momento.

    Nervios, descubrimiento, nuevas sensaciones, nuevos juegos… Todo lo que Usted aporta en una sesión es difícil de describir pero muy grato de atesorar en la mente. Y muy placentero de rememorar de tanto en tanto. En efecto, quizás en algunas sesiones de las que realiza no refleje el outfit que se tiene como «estandarizado» por la sociedad en general, pero el ser una dómina es algo que se lleva dentro y no por encima de la piel. Y en ese aspecto, es Usted una dómina de pleno derecho; su mentalidad y su forma de vivir reflejan esa autoridad que la caracteriza, ese sadismo tan suyo (uhmmmm, cariñosamente sádica es Lady Sadira), esa sensación que causa en quién le acompaña.

    Y es que estar a su lado supone notar muchas sensaciones agradables, pero siempre con el conocimiento de que es Usted quien está al mando, quien tiene el control de la situación. Y es tan natural para mí cederle ese control total que me siento de maravilla en los momentos que me permite compartir con Usted; desde tomar un café a estar bajo su merced en una mazmorra. No importa dónde, sólo que sea junto a Lady Sadira.

    Sin más que aportar, agradecerle sumamente el recordar esta primera sesión tan y tan especial.

    Uninvited Guest

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