Blog,  Mis experiencias,  Relatos

Érase una vez un jefe déspota

Como ya bien sabéis hay un sumiso con el que suelo quedar al que aprecio mucho y con quien ya guardo muchísima confianza. Ésta ha llegado a tal punto que ahora nuestras sesiones se han tornado algo más “teatralizadas”. No os llevéis a engaño, en nuestras sesiones sigue estando plenamente presente el BDSM, pero las ambientamos dentro de una historia en la cual cada uno interpreta su papel mientras damos rienda suelta a nuestra imaginación y realizamos prácticas de lo más singulares.

En esta entrada he aprovechado para describir la sesión desde mi punto de vista y también desde la del sumiso, el cual se involucra tanto dentro como fuera de nuestras quedadas para dar vida a estas sesiones de Sado teatral, (él ha usado este término y me encanta).

He de decir que dentro de estas sesiones hay mucha comunicación y planificación previa, definiendo los roles a adoptar por parte de cada uno y conociendo, gracias a nuestra estrecha confianza mutua, hasta dónde podemos llegar en nuestros “papeles”. Dicho esto, quiero relataros cómo transcurrió ésta última sesión:

Nuestro juego comenzó con mi outfit: yo iba vestida con un body blanco combinado con unos pantalones chinos negros, todo ello rematado con unas manoletinas negras decoradas con tachuelas. Mi atuendo estaba complementado con mi pelo recogido en un moño alto y el toque final a cargo de unas negras gafas de pasta. Mi papel, la secretaria de una pequeña oficina, otra de tantas que habían pasado por el puesto anteriormente y que habían marchado tiempo atrás. Mi tarea del día consistía en redactar una carta a uno de los proveedores de la empresa, el Señor Jiménez, y es que éste había enviado un pedido defectuoso. Yo estaba súper desmotivada a esas alturas de la jornada, eran ya las 19h y no me apetecía nada trabajar más, sólo deseaba irme a casa a descansar después de todas las horas que llevaba pasadas en mi cutre oficina. Pero mi jefe era una de esas personas sin ningún tipo de vida más allá de su trabajo y que tampoco respeta lo más mínimo los horarios ni la vida privada de sus trabajadores, y mucho menos aún la de sus secretarias. Él ya sabía que yo tenía pareja, y eso le fastidiaba sobremanera, ya que nunca quería quedarme hasta tarde por las noches. En la pequeña empresa todo el mundo conocía sus extrañas “aficiones”, pero nadie tenía el valor suficiente para decir nada al respecto.

Aquella tarde me hizo acudir ante él para dictarme la carta:

Barcelona, 20 de noviembre de 2023

A la atención del Sr. Jiménez,

Muy señor mío:

Por la presente carta lamentamos comunicarle que el lote de tuercas MX9160 que nos envió ayer tiene rebabas. Por consiguiente, no las hemos podido utilizar en nuestras máquinas, con el consiguiente retraso en nuestra línea de producción.

Por ello le pido encarecidamente se sirva enviarnos un nuevo lote de TUERCAS en la mayor brevedad. Asimismo le pido que nos hagan una propuesta económica adecuada como compensación a las pérdidas sufridas en nuestra empresa debido a los paros de la producción.

Quedo a la espera de sus prontas noticias.

Atentamente, el tirano de mi jefe.

Por el amor de todos los santos, era pedante hasta la médula… pero como buena profesional me debía a mis funciones, por mucho que me arrastraran al hartazgo mental.

Tras dictarme la dichosa carta mi “jefe” se levantó y se dejó caer pesadamente en el sofá, ordenándome servirle un vaso de su caro whisky escocés y me ordenó que me sentara también en su sofá. Con toda mi amabilidad de buena secretaria le pedí que me dejara irme a casa, pero él negó con la cabeza mientras sonreía lascivamente e insistía en que le acompañase y me pusiera cómoda junto a él, dando unas palmaditas en el cuero del sofá junto a él. No me quedaba otra opción, así que me giré hacia su mueble-bar, serví whisky en un par de vasos y me dirigí con hastío hacia el sofá, con la sospecha de que me había estado mirando el culo durante ese corto trayecto. Le tendí su vaso, que cogió con agrado y una estúpida sonrisa en su cara, mientras me sentaba lo más alejada que me permitían las medidas de aquel sofá. Lenta e inexorablemente fue acercándose a mí, acariciándome toscamente el brazo y diciéndome entre susurros que me quitara los zapatos y me pusiera “cómoda”. Cuanto asco sentía hacia ese personaje, sentí que no podía aguantar ni un minuto más aquella situación, no quería volver a trabajar para él nunca más. Sentí como un chispazo en mi cabeza y, de golpe, se me ocurrió un plan genial, una cruda idea de venganza por todos los años de suplicios y tormentos bajo la tiranía de mi jefe.

Me levanté repentinamente del sofá y de forma brusca le tiré mi vaso encima a mi jefe, me dirigí hacia mi escritorio ante su atónita mirada y sus balbuceos mientras dejaba ambos vasos sobre una mesita al lado del sofá. Abrí el último cajón y allí estaban: unas relucientes esposas que discretamente había comprado tiempo atrás durante uno de mis descansos en un sex shop cercano a la oficina, con la idea de utilizarlas con mi novio alguna tarde en la que quedara libre de tareas antes de mi hora de salida. Pero casualmente eso nunca sucedió y allí seguían, perfectas y listas para llevar a cabo mi salvaje plan, como una muestra de aprobación del universo hacia mi venganza. Con las esposas ocultas a la vista tras mi espalda me acerqué con una falsa sonrisa a mi jefe, que no veía venir lo que iba a ocurrir. Dejé a un lado mi característica simpatía y le agarré sorpresivamente del cuello, provocando que quedara paralizado de la impresión, lo que me hizo sencillo empujarlo sobre el sofá y sentarme sobre su cara, aplastándosela con mi culo contra el cuero del tapizado. Aproveché para esposarle de pies y manos con una maestría que desconocía tener: “¿Quién se ríe ahora, cabrón?” le espeté mientras se revolvía como podía bajo mi trasero. Él no paraba de ordenar que le soltase, que aquello no tenía gracia, que si lo hacía por dinero me daría una propina… Esa burda proposición hizo hervir mi rabia y le grité: “¿Una propina? ¿Realmente crees que esto se soluciona con una puta propina?”.

Me encantaba el súbito giro de la situación dentro de ese despacho, había llegado el momento de hacerle pagar por todos sus pecados. Mi momento. Me acerqué lentamente a la enorme mesa de mi jefe y mi vista recorrió su superficie, deteniéndose sobre unos bolígrafos, unas gomas elásticas, unos clips y unas pinzas para documentos… todos ellos artículos aparentemente inofensivos, pero que mi aguda y perversa mente reconoció como instrumentos de tortura. Era el momento en que dejaba de ser una simple secretaria para convertirme en una sádica.

Abracé sus pezones con los bolígrafos y los sujeté con las gomas, improvisando así unas pinzas que aprisionaran sus pezones, que asomaban indefensos. Cogí un clip y desdoblé una de sus puntas con una dura mirada clavada en sus ojos, brillantes de puro terror. Lamí lascivamente la punta antes de clavarla en esos pezones que suplicaban tortura. Cuando su respiración se volvió tan rápida como sus latidos bajé a sus testículos y me divertí colocando lenta y sádicamente las pinzas que había cogido de su mesa. Para su alivio se me terminaron las pinzas, pero hice desaparecer esa corta sensación con unas buenas patadas en sus huevos, a cada cual más fuerte que la anterior, entre carcajadas de pura diversión.

Le dí la espalda y debió creer que ya había terminado todo, porque bajó su mirada al suelo mientras soltaba el aire de sus pulmones y el sudor provocado por el miedo le bajaba por la cara y el cuello. Pobre iluso, pensé, a la par que cogí el abrecartas que estaba sobre mi mesa. Quizás fue el sonido, o el destello del metal, pero mi jefe levantó rápidamente la cabeza y se multiplicó el terror en sus ojos. Su respiración se entrecortaba mientras recorría la piel de todo su cuerpo con el afilado abrecartas; la línea de su mandíbula, su cuello, bajando por su pecho erizando aún más sus pezones con el frío tacto del metal, su barriguita y sus muslos… y entonces apreté la punta contra sus huevos. Y entonces enloqueció. Comenzó a soltar todas esas cosas que dicen los machitos que se creen poderosos cuando están en peligro: que si yo estaba loca, que le soltara de una vez… pero él no sabía todo el rencor que tenía dentro de mí, ni que mi maldad no conoce límites. Tampoco que el poder, allí en ese despacho, lo tenía yo.

Tiré de su corbata, que ahora era su correa, liberé las esposas del sofá y le llevé hasta una silla, cerrando las esposas de nuevo para inmovilizarlo. Con toda mi amabilidad, y es que una señorita siempre guarda las buenas maneras, le pedí que firmara un documento pidiéndome perdón. No recibí respuesta, así que me dirigí de nuevo a mi mesa y saqué otro de los juguetes que había comprado para usar con mi novio, un maravilloso strapon de buen tamaño, y sosteniéndolo con un dedo lo movía ante su atónita mirada, a modo de sutil amenaza, mientras repetía nuevamente mi petición de que firmara un documento de disculpa.

Pobrecito, su orgullo de machito le impedía totalmente hacerlo. Prefería salir de allí violado analmente a disculparse ante mí. ¿Cómo iba yo a negarle los deseos de su ego? Me coloqué lentamente el arnés sin quitarle los ojos de encima. Me acerqué haciendo balancear aquél enorme dildo y le ordené que lo chupara; pero se negaba tontamente y no paraba de mover la cabeza de un lado a otro. “No te preocupes” le dije yo, inmovilicé su cara con mis manos y con los pulgares le tapé la nariz. “En algún momento tendrás que abrir tu puta boca para respirar” le susurré maliciosamente al oído, a lo que reaccionó abriendo tímidamente ese asqueroso agujero suyo. Empujé fuertemente el dildo hasta el fondo de su garganta sin piedad ninguna. “Vamos, chupa, chupa hasta que te den arcadas. Así es cómo te gusta hacerlo, ¿no? Eso es lo que siempre me pedías, ¿verdad?” le grité con toda mi rabia contenida. Saqué el dildo de su asquerosa boca, todo reluciente de sus babas, empujé la silla con el pie y le hice caer de espaldas para tener su cara a la altura perfecta para sentarme fuertemente sobre su cara, asfixiándole. ¡Estaba siendo uno de los mejores momentos de mi vida!

Habían pasado ya demasiado tiempo desde que comencé las torturas, comenzaba a hacerse tarde y a pesar de mi diversión lo que quería realmente a estas alturas era irme a mi casa. Harta me acerqué de nuevo a mi escritorio y recogí una libreta y un bolígrafo. Solté sus sucias manos de la silla, le cogí con fuerza del cuello y lo forcé a ponerse a cuatro patas sobre el suelo, con las rodillas apoyadas sobre unos frutos secos que tiré por la moqueta para amplificar su, para mí, dulce sufrimiento. En esa postura coloqué la libreta delante, le tiré el bolígrafo y me senté sobre su espalda. Le dije “Ahora sí que vas a escribir tu disculpa, sucio perro, y como no lo hagas voy a follarte bien duro ese culo”, mientras le palmeaba sonoramente su trasero. Era obcecado y se negó, no quiso colaborar, dejándome sin más opciones que proceder con lo prometido: me coloqué tras él, puse la punta del dildo aún reluciente de babas dildo en su ano y, piadosa quizás, le volví a preguntar si estaba seguro de no firmar. Se negó en un susurro, seguido de un grito cuando le calcé todo ese dildo en las profundidades de su culo. Comencé una serie de embestidas llenas de furia, de rencor contenido y, lo reconozco, del sadismo propio de mi lado oscuro, a la par que soltaba unas graciosas risas entre golpe y golpe de mis caderas. Debo decir que creo que lo disfrutó sumamente, porque cuando de vez en cuando le ofrecía el bolígrafo para que firmase el muy cretino gemía cada vez más y más, gozando de los empujones que le propinaba contra sus nalgas. Llegó el momento en que no pudo más y se corrió con un gemido mucho más sonoro que los anteriores, aunque yo seguí haciendo desaparecer como por arte de magia aquel enorme instrumento dentro de su culo hasta que sacó la bandera blanca, rendido: “De acuerdo, Sadira, tú ganas, para ya, te lo suplico. Firmaré todo lo que me pongas delante, pero termina ya con esta tortura, por favor…”.

No le dejé abandonar su posición a cuatro patas mientras me dirigí hacia otra silla, limpia de su hedor, la coloqué frente a su cara y me senté, colocando mis pies sobre él: la única posición que merecía ante mi supremo poderío y mi victoria moral. Le acerqué el bolígrafo con un puntapié, junto a la libreta de marras, y comencé a dictarle:
Te pido perdón por cómo te he tratado todos estos años. Lamento de todo corazón haber sido un jefe tan tiránico, misógino y estúpido. A partir del día de hoy no trabajarás en esta oficina y, por la presente, te otorgaré una cuantiosa indemnización económica por todos los daños morales que te he causado en el tiempo.
Le ordené firmarlo junto a su nombre, apellidos y la fecha, y en esta ocasión obedeció como un perrito bien domesticado. Cogí la libreta, me dirigí a mi escritorio y estampé el sello de la empresa sobre el papel.

Lo había conseguido al fin, mi venganza había llegado a su fin y lo había conseguido dándole la lección que merecía.

Me gustaría finalizar esta entrada comentando que siempre que nos vamos a despedir, mi sumiso me muestra su inquietud sobre dónde estarán nuestros límites y sus dudas respecto a si algún día se nos acabaran las ideas. Pero a mí después de cada una de las sesiones de este tipo que tengo con él, me entran aún más ganas de tener la siguiente y ver a dónde nos llevará la imaginación.

Estas prácticas y juegos no creo que se puedan hacer de buenas a primeras con alguien con quien no tienes confianza plena, puesto que psicológicamente son agotadoras para ambos y el cuidado posterior es algo primordial al finalizar una sesión de esta intensidad.

EL JEFE SE EXPLICA

Tal como os lo cuenta mi secretaria, parecería que soy un jefe tirano, machista y baboso. Y la entiendo, porque así me he comportado con ella en estos últimos meses. Pero en realidad fue una pose. Tuve que tratarla de este modo para lograr que se rebelase y me hiciera lo que llevo deseando durante tanto tiempo.

Me explicaré. Yo siempre he tenido inclinaciones sumisas. El simple pensamiento de ser atado, vejado, usado y sodomizado por una bella mujer ya me excita. Desde el momento que vi a mi actual secretaría, cuando le hacía la prueba para el puesto, ya pensé que era singularmente atractiva. Más de una noche me pajeé pensando en ella. En mi fantasía, la veía entrar en mi despacho con tacones altos y enfundando su esvelto cuerpo en negro látex, dar un rodeo a la mesa, girar con fuerza mi silla hasta que yo quedaba ante ella y poner su zapato en mi entrepierna mientras sonriente me agarraba por la corbata.

Las cosas no pasaron de fantasear hasta que un buen día, hará unas semanas, mientras ella había ido a hacer un recado, vi su bolso medio abierto y no pude evitar la tentación de husmear en él. Pensé que tal vez llevara unas medias o una bragas ya usadas y yo podría olerlas o, al menos, un frasco de su perfume preferido, que tanto me gusta. Nada de esto había, pero sí descubrí otra cosa aún mejor. Envueltas en un pañuelo negro, llevaba… unas esposas. O sea que aquella mujer que tanto me atraía… ¡además era una mujer dominante, como en mis sueños!

Pasé las horas y los días siguientes cavilando cómo lograr que usara aquellas esposas, y todo lo que implicaban, conmigo. Claro, no podía ir y decirle, yo, su jefe, que ansiaba ser su sumiso, su esclavo… ¿Y si se echaba a reír? ¿Y si lo contaba a todo el personal? ¡Qué vergüenza! Hasta que se me ocurrió una idea, la idea. Me mostraría despótico con ella, propiciaría que se quedara hasta tarde cuando ya todo el mundo hubiera marchado, trabajando para mí, incluso me haría odiosamente machista y baboso, hasta que ella estallara de rabia y se mostrase tal como era.

Y al fin estalló. No vale la pena que os explique cómo fueron las cosas en aquel momento; ya os lo ha contado ella. Solo añadiré, porque ella no lo sabe, que fue sublime, aunque por momentos me doliese y me quejara y le suplicara que parase a fin de disimular el placer que sentía. Digo que ella no lo sabe, pero sí parece que ya intuyó que yo estaba disfrutando –es muy lista–. En efecto, de vez en cuando no pude evitar gemir. Imaginaos: Ante mí, a escasos centímetros pero estando atado a la silla, ella exhibiendo su cuerpazo, aquel cuerpo que tanto deseaba adorar. Después su culo, aquel culo que tantas noches había fantaseado que besaba y lamía hasta hacerla correr, tomaba mi boca por asiento y casi me asfixiaba. Por último, se ponía a follar todos mis agujeros; me obligaba a lubricar con saliva su polla de plástico y luego me penetraba por detrás sin piedad alguna. ¡Cómo no iba a gemir! ¡Cómo no iba a tener la polla empalmada!

Desgraciadamente, aquella fue la última vez que la vi. Al día siguiente ya no vino a trabajar y supongo que debe de estar dándose la gran vida con la indemnización que, gustoso, sí gustoso, le di. Pero la echo en falta. Tuve que abrir un nuevo proceso de selección de secretaria y mañana entrevistaré a las nuevas candidatas. Pero aún me queda un rayo de esperanza. Cierro los ojos y me la imagino abriendo mañana la puerta de mi despacho y diciéndome: “Salga de mi silla, coja bloc y bolígrafo y apunte la carta que voy a dictarle. ¡Venga, más rápido! Y ya le aviso que hoy llegará tarde a casa. Después del trabajo le necesitaré para relajarme. ¡Es muy duro, ser la jefa!”

Nota:

Propuse a Lady Sadira ofreceros yo también mi versión sobre nuestro último encuentro, pero al leer la suya comprendí que no podría explicarlo mejor que ella, así que me he dedicado a reinterpetar la historia que los dos inventamos, dándole una vuelta de tuerca.

Ya lo sabéis, siempre es un gustazo tener una sesión con ella: inteligente, empática, atractiva, divertida, dominante, y sádica en su justo punto. Sintonizamos muy bien y ya cuento los días que faltan para tener nuestra próxima sesión de sado teatral 😊.

2 Comentarios

  • Uninvited Guest

    Madre del amor hermoso, leer este relato ha sido una experiencia fascinante. Es imposible leerlo sin que se despierte alguna reacción de excitación en el cuerpo… eso es jugar con la mente de sus lectores, Lady Sadira, y a usted le gusta jugar muy maliciosamente con un toquecito tierno. Me llega a lo más profundo de mi alma, que ya es en parte suya.

    El relato del sumiso complementando la historia principal es una genialidad, entra totalmente en simbiosis con el hilo y lo eleva todo aún más. Mis sinceras felicitaciones para el afortunado sumiso.

    En este blog los relatos están subiendo de nivel, aunque es consecuencia lógica de su ascenso y sus experiencias en el BDSM. Toda esa experiencia que después reúne para hacernosla llegar dedicando su tiempo personal, y yo diría que hasta parte de su corazón y su alma, contenedores de ese sadismo cariñoso con el que nos atrae inevitablemente.
    Desde estas líneas quiero agradecerle sumamente TODO; toda usted, todo lo que supone para mí (y creo que para otros cuantos), su aporte a mi vida que la ha hecho algo mejor de lo que era antes de conocerla.
    «Gracias por existir», «si no existiera tendrían que inventarla», expresiones algo comunes quizás, pero es que es muy duro no poder encontrar las palabras adecuadas que expliquen qué significa Lady Sadira: es usted más que una persona, más que una experiencia carñosamente sádica, más que una (o varias) sesiones de sado, más que sus relatos, más que una voz susurrada al oído… Lady Sadira es un MUNDO sin igual.

    Relatos como este me llenan el espíritu de excitación, pero también de calma y calidez interior como no puede usted llegar a imaginar.

    Mil gracias, Lady. De todo corazón.

    Uninvited Guest

  • sumiso_catalan

    Ha valido la pena invertir 15 minutos de lectura en este relato.

    La verdad es que, a parte de excitante, está muy bien redactado. Sin faltas ortográficas, y un vocabulario muy rico.

    Respecto al contenido, hay que tener confianza para hacer todo esto. A mí no me disgustaría una sesión así, pero sé que sería imposible, porque a mí me falta mucha iniciativa, y se necesita la de los dos para poderlo llevar a cabo.

    Enhorabuena!

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *