Blog,  Experiencias sumisos

La espía de la moral

…Era de noche y había salido a pasear a mi perro. Mientras él hacía sus necesidades, yo, como siempre, me puse a mirar, desde la acera de enfrente, hacia una ventana de mi edificio en donde la vecina del segundo, una tía de bandera, se desnudaba como cada día.

Y tan embobado estaba yo viendo cómo se desprendía del sujetador y aparecían sus magníficos pechos que no me percaté que alguien con gabardina, gorra y gafas oscuras se me había acercado por detrás hasta que se abalanzó sobre mí.

–¿Qué estás haciendo, baboso de mierda? –me gritó. Era una voz de mujer.

–¿Y a ti qué cojones te importa? –le respondí yo, envalentonado.

–Soy una espía de la moral, el nuevo cuerpo de agentes especiales contratado por el gobierno para sorprender in fraganti a cabrones como tú –dicho lo cual, me esposó, me empujó hacia dentro de un coche que yo ni había visto y salió derrapando a toda velocidad. 

–¡Que pierdo a mi perro, vuelve atrás! –exclamé.

–A partir de ahora solo habrá un perro y este serás tú. Vas a ver lo que es bueno –me soltó amenazadora.

No sé decir exactamente adónde me llevó. Desde luego, aquel cuchitril, la comisaría no era. Más bien parecía un zulo. Era una habitación y estaba equipada con una cama de cuero enorme y al fondo, una celda.

–Ahora te voy a quitar las esposas para que te desnudes, pero cuidadín con lo que haces –me advirtió severa.

Era humillante desnudarme ante una mujer vestida. Pero aproveché que me iba quedando en pelotas para pensar en cómo escapar. La espía había cerrado aquel zulo con llave, de forma que por el momento salir por la puerta no era una opción. Me fijé en la cama. Encima había una mochila y a su lado varias herramientas, entre ellas unas bridas. Y de repente tuve una idea que en aquel momento me pareció brillante.

Tan pronto como me quité la última protección a mi dignidad, los calzoncillos, de un manotazo cogí una brida y corrí hacia la celda. Cuando ella reaccionó, yo, con la brida, ya me había encerrado tras las rejas. 

–¡Sal de ahí ahora mismo o te juro que lo pasarás pero que muy mal, perro! –gritó ella.

–No creo –le vacilé yo–. No puedes entrar, o sea que negociemos.

Ella se puso a reír a carcajada limpia.

 –¿Negociar? Venga ya. Chaval, tú no sabes con quién estás hablando. Soy una agente especial y no tienes ni idea de lo que soy capaz de hacerte si no abres ahora mismo la celda, pervertido de mierda.

–¿Pervertido de qué? –repliqué–. Yo no he hecho nada; solo miraba. ¿O es que ya no se puede ir por la calle y mirar lo que a uno le venga en gana?

–No, no está bien mirar a una mujer como se desnuda sin su consentimiento. Ya eres mayorcito para saberlo. Ahora verás lo que ocurre por ser un mirón.

Y dicho esto, se quitó la gabardina y las gafas oscuras. 

Hasta entonces no me había fijado: ante mí tenía a una mujer guapísima.

Me miró fijamente a los ojos, esbozó una sonrisa y acto seguido empezó a desabotonarse la blusa. Mi polla empezó a salir de su letargo.

A continuación, llegó el turno de los pantalones, que se fue bajando poco a poco hasta quedarse en un tanga rojo. Puso sus rodillas en la cama, me dio la espalda y se desabrochó el sujetador. Seguidamente comenzó a contornearse. Mientras contemplaba su espléndido culo moverse arriba y abajo, no pude evitar tocarme la polla. Acto seguido se puso un body negro que todavía estilizaba más su imponente figura, se giró hacia mí, abrió las piernas y comenzó a acariciarse con los deditos la parte delantera del tanga. Yo me derretía pensando en lo que había debajo, fantaseando con poder ser yo quien lo acariciara y en lamerlo… con lo que, claro, al cabo de un rato ya tenía la polla completamente tiesa.

–Déjame que te acaricie. Acércate, por favor –supliqué mientras todo mi cuerpo se empotraba en los barrotes, y la polla entre ellos, tratando de alcanzarla.

Ella se levantó de la cama y se me acercó insinuante. ¿Me daría un beso? ¿Zanjaríamos aquel desagradable incidente haciendo el amor?

Estaba yo embobado, soñando despierto con besarnos y acariciarnos, cuando ella, en un instante, me agarró por los huevos.

–¡Aahh, me haces daño!

–¡Y más que te haré, vicioso cabrón!

Mientras me tenía así cogido, con la mano libre sujetó mis muñecas a las esposas y luego estas a los barrotes. Mientras ella repetía la operación en torno a mis pies, yo forcejeaba para desasirme. En vano. Aquella super espía me tenía a su merced, atado de pies y manos a la reja y con la polla fuera, metida entre dos barrotes. 

–¡Suéltame! –grité con todas mis fuerzas.

–¡Eres tan tonto que ni te has dado cuenta de que estaba usando la seducción, una de mis armas secretas, para atarte! ¿Qué te creías, desgraciado, que terminaríamos follando? Ahora te voy a enseñar yo lo que les ocurre a las pollas de tíos como tú si se excitan cuando no deberían.

Se sentó en el borde de la cama cerca de los barrotes y con sus pies se puso a dar golpecitos a mi polla y a amasar los huevos. Luego sacó de su mochila un vibrador enorme y un par de gomas elásticas. Se levantó, ató con las gomas el vibrador contra mis huevos y lo puso en marcha a la máxima velocidad. 

–¡Aaaah! ¡Para eso, que duele!

Ni se inmutó. Hurgó otra vez en su mochila, sacó una fusta y se acercó de nuevo a mí. 

–¡Joder, que me haces daño!

Pero ella se reía y seguía golpeando el falo con la fusta.

Cuando mi polla quedó encogida como un gusano por el dolor, volvió a rebuscar en su mochila y extrajo unas tijeras… y una polla de plástico enorme. Lo que ocurrió a partir de ahí ya os lo podéis imaginar. Primero me la hizo chupar. “Es para tu bien, para lubricarla”, me dijo. Luego, una vez hubo cortado la brida con las tijeras y entrado en la celda, me dio unos cachetes en el culo y comenzó a empujar aquel falo entre mis nalgas, hacia adentro y hacia arriba, mientras yo gritaba y trataba de flexionar las piernas y abrir el culo para que no me doliera tanto.

Le supliqué que parase. Juré y perjuré que no volvería a hacer de mirón. Al final, pareció apiadarse de mí. Primero desató las esposas de los tobillos y luego sacó de los barrotes las esposas que me sujetaban las manos, pero, sin darme tregua, volvió a unirlas entre sí atando una muñeca con la otra.

–Aún no hemos terminado el castigo, perro.

Me cogió de las esposas que sujetaban mis manos y me arrastró fuera de la celda. Luego me empujó contra la cama con el culo fuera, enfundó el falo de plástico en un arnés, montó sobre mí y comenzó a follarme el culo. Yo gemía, me sentía violado. Sus embestidas eran cada vez más fuertes. Pero tampoco negaré que poquito a poco le iba encontrando el gusto.

Cuando se dio por satisfecha, pasado no sé cuánto tiempo, me arrastró de nuevo por las esposas hasta colocarme en medio de la cama boca arriba. Se puso a horcajadas sobre mi cara y sentó su culo encima. El olor de su cuerpo volvía a excitarme, pero al mismo tiempo no podía respirar. Traté de zafarme, pero con las manos esposadas era imposible.

De repente agarró mi polla y volvió a activar el vibrador. Con aquel aparato diabólico recorrió arriba y abajo mi polla y mis huevos. Según por donde lo paseaba, incluso me daba un cierto gustillo, pero cuando presionaba con él contra los testículos o contra el glande, el dolor era tan insoportable que yo agitaba los pies, la única parte de mí que quedaba libre, intentando evitar aquella tortura. Era inútil. 

Al final, cuando ya estaba medio sofocado bajo su culo, me corrí aún no sé cómo, en una mezcla de placer y dolor, hasta quedar en la cama tendido como un muñeco de trapo. Aquella espía me había dejado hecho polvo. Nunca más volveré a hacer de mirón: ¡lo juro!

Un comentario

  • Uninvited Guest

    Buenas tardes de Viernes de Sadira, Lady

    Gracias por traernos historias así, alternadas con sus podcasts. Las semanas se hacen más llevaderas sabiendo que cada viernes tenemos algo suyo para nosotros, con todo su cariño y parte de su alma.

    Aunque me parece que me repito, estas historias que está creando son increíbles. El hecho de tener el honor de conocerla en persona hace que me resulte más fácil imaginar vívidamente las escenas, en especial las que son tan sádicas y tan «cabronas». Captan y reflejan muy bien lo que es la esencia de Lady Sadira, esa esencia que tanto nos atrae a sus cachorrilos y la que hace que permenezcamos a sus pies y a su servicio.

    Confieso que quiero ser víctima de esta espía de la moral, quizás deba dejarme ver cometiendo actos impuros o bien ir directamente a confesarme a su bureau.

    Gracias, mil gracias Lady, por estos detalles, por invertir su tiempo en ello para dedicárnoslo. Y me quedo corto, porque ni miles de gracias serán suficientes para compensa mínimamente todo lo que pone en sus trabajos, proyectos y sesiones.

    A sus pies, mi espía favorita.

    Uninvited Guest

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